martes, 4 de octubre de 2011

Noche

El calor es realmente molesto. La luna, casi llena, está rodeada de un halo amarillento como pintado con crayola. El aire es escaso en la habitación. E. da vueltas y vueltas en la cama, desnuda y sofocada, tensa por el calor, los sueños y el odio.

La luz de la luna es tan intensa que en el cuarto todo es visible. E. se acerca a la ventana y mira la hora en su celular: las dos y media. Entonces mira hacia afuera: su jardín aparece iluminado como en una escenografía nocturna de teatro; el árbol inmóvil y silencioso parece encerrar grandes secretos; el aire frio, la estremece. Los perros duermen, es el momento perfecto de la huida, y el menos apropiado para una llamada, se contiene de hacer ambas cosas.

Hay algo en ella, algo como radiactivo y perverso. E. tiene dificultad en respirar y siente que el cuarto la agobia. Entonces, en un impulso irresistible sale a la calle y camina sola, siente como atraviesan su pecho los recuerdos en forma de grandes cuchillos. Se aleja hacia el lado del monte, y cuando está lejos de la casa, se echa sobre la hierba, abriendo todo lo que puede sus brazos y sus piernas. La luna le da de pleno sobre su cuerpo y siente su piel estremecida por la hierba. Así permanece largo tiempo: ahora no tiene ninguna idea precisa en la mente. Siente arder sus manos, se levanta y llora profundamente hasta que ya no tiene porque llorar.


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